El Banco de España, como cada mes, ha publicado su informe sobre el estado de la economía nacional. Esta vez, el documento de septiembre ha empleado el término “atonía” para referirse a la actividad económica. Una calificación que, sin embargo, no ha cogido a nadie por sorpresa: el crecimiento a un ritmo menor del Producto Interior Bruto (la riqueza de un país) en el segundo trimestre del año fue una señal clara de lo que estaba por venir.
El riesgo a una nueva recesión, sumada a la ya producida en 2008, desató un comportamiento lógico como el que han tenido los españoles estos últimos meses. Una incertidumbre que hizo reaccionar a cada hogar asegurando el presente en pos de un futuro (todavía) incierto. Así, el ahorro se impuso tanto al consumo privado como a la inversión: la demanda nacional se contenía y nadie se atrevía a invertir en unos mercados increíblemente volátiles.
Por otro lado, la industria (el verdadero motor de crecimiento económico de un país y que, además, explica por ejemplo que Alemania sea la economía más fuerte de la UE) acusa, según el diagnóstico del presidente del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, una “falta de vigor” que provoca que la producción se contraiga y, lo que es peor, que la destrucción de puestos de trabajos aumente.
Un nivel de paro que sigue siendo uno sino el principal problema que amenaza la recuperación económica de España. Ni siquiera la estacionalidad de la época veraniega ha logrado maquillar la tasa de ocupación temporal. El turismo, a pesar de haber crecido, ha sido gracias a la ocupación principalmente de extranjeros. El cinturón de los hogares españoles parece más apretado que nunca, incluso en las, hasta ahora, imperdonables vacaciones: ese sí que es un indicativo real.
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