La propuesta, presentada en septiembre por la eurodiputada independiente Nikki Sinclair, solo sería aprobada en el caso de que los laboristas decidiesen en el último momento abstenerse de votar, aunque se estima que, de todos modos, más de 70 diputados conservadores podrían votar a favor del referéndum participando así en una de las mayores rebeliones que un primer ministro haya sufrido en cuanto a la cuestión comunitaria se refiere.
Esto pondría de manifiesto, por un lado, que la cuestión europea sigue creando divisiones internas entre los conservadores y, por otro, que los quince años de “retórica antieuropea” ejercidos desde la oposición han hecho mella en el partido que en 1973 promovía la integración de Reino Unido en las instituciones comunitarias.
El diputado conservador, David Nutall, presentó la pasada semana una moción en la Cámara de los Comunes proponiendo un referéndum en el que se pudiese escoger entre tres opciones: la retirada de la UE, la renegociación de los tratados de adhesión o el mantenimiento de la situación actual.
Cameron, por su parte, ha dejado atrás el discurso antieuropeísta que defendía durante su campaña electoral. Por aquel entonces, se mostraba a favor de un referéndum sobre el Tratado de Lisboa y prometía llevar de vuelta a las instituciones británicas ciertas competencias que a día de hoy siguen estando delegadas en Bruselas. Para evitar las divisiones dentro de su partido, divisiones potencialmente peligrosas debido al deseo manifiesto de muchos de los pesos pesados del gobierno de votar a favor del referéndum, Cameron ha optado por “una línea de tres látigos”, o lo que es lo mismo, una férrea disciplina de voto en la que quien se desvíe de los intereses del Gobierno deberá abandonar su cargo.