Cada martes, miércoles o jueves, los incondicionales del blues se reúnen en La Coquette, un pequeño pub situado en pleno Madrid de los Austrias famoso por los íntimos conciertos que allí ofrecen los personajes más notables del panorama nacional e internacional del blues de hoy en día.
La Coquette, pequeña y con techos abovedados revestidos de ladrillo, está diseñada para estimular la imaginación de aquellos que la visiten y hacerles viajar en el tiempo y en el espacio hasta las sesiones del legendario Cotton Club neoyorquino. Su apariencia de gruta, sus luces bajas y su localización, un sótano, te envuelven poco a poco en una atmósfera “underground” con un punto decadente que predispone tus sentidos para empaparte de blues. Ya en la entrada, al ir bajando las escaleras, un póster de Los Reyes del K.O. te da la bienvenida, mientras que, una vez en el sótano y desde las paredes, empapeladas con pósteres y carteles de los mejores festivales del género, artistas como Muddy Waters, B.B. King o Johnny Cash, supervisan la escena sabiendo que muchos de sus temas sonarán en el local como cada noche.
Conocido en la ciudad gracias al famoso boca-oreja, el factor sorpresa es intrínseco a su naturaleza. La mayoría de sus clientes acuden religiosamente a sus sesiones casi a ciegas, desconociendo qué artista se dejará caer por el local esa noche pero sabiendo que sea quien sea el músico, la calidad de la actuación estará asegurada.
Recuerdo con especial cariño mi primera vez en La Coquette. Esa noche tocaba Steve Arvey, el hermano blanco de James Brown recién llegado de Chicago. A Arvey, showman, cantante y guitarrista, le acompañaban un batería con hechuras de Rolling Stone y un bajista con pinta de padre de familia. Más o menos sobre las 22.30 escuché los primeros acordes de lo que sería una velada repleta de blues, rock&roll y, en ocasiones, funky. Sonaron temas como “One bourbon, one scotch, one beer”, una versión bluesera del “What’s going on” de Marvin Gaye o una interpretación un tanto ecléctica del “Revolution” de los de Liverpool.
Pero, sin lugar a dudas, lo que más me sorprendió fue el ambiente de camaradería que allí se respiraba. Desde la inclusión del escenario en el territorio de las mesas hasta las armónicas que a mitad de la actuación empezaron a sonar en manos de miembros del público, todo hizo que me sintiese parte del espectáculo. La cerveza y los cuencos de pipas a los que en aquel momento todavía acompañaba el humo de los cigarros, contribuyeron también a la creación de ese ambiente tan especial que todavía hoy, años después, me sigue sorprendiendo.
Así que, si como a mí, les gustan el blues, el buen rollo y la música en directo, no dejen de pasarse por La Coquette a eso de las diez. Sin más, les dejo con dos recomendaciones finales. La primera es que no lleguen tarde, porque les aseguro que el taburete por metro cuadrado, sobre todo los miércoles, estará muy solicitado. La segunda es que no dejen de probar los cócteles y, si Julio está tras la barra, el Bloody Mary se convierte, desde luego, en una obligación.