En la conciencia social y, por ende, en la opinión pública nadie osa cuestionar la legitimidad del contenido de las protestas (cabe separar desde un primer momento el contenido de la forma). Las movilizaciones que tomaron las calles hace siete días escenificaron el descontento general ante la desigualdad y la inseguridad que reinan en las (mal llamadas) “clases trabajadoras”. El 15-O interpretó ese papel de juez crítico (y también legítimo) que en una democracia le corresponde ejercer al pueblo. Pero, ¿cómo la Puerta del Sol se ha convertido en el kilómetro cero, ya no de la Península, sino de todo el planeta?
Zygmunt Bauman, sociólogo y padre del concepto de “liquidez”, en una entrevista concedida recientemente al diario El País; lo atribuye al desfase existente entre “la economía, que es global, y el poder político, que sigue siendo nacional”. Bajo el punto de vista del filósofo polaco, el movimiento 15-M (y su extensión) trataría de “suplir esa falta de globalización de la política mediante una oposición popular internacional”. Una oposición a la que, sin embargo, no terminan de estabilizársele sus constantes vitales. “El 15-O es un movimiento emocional y, si bien la emoción es apta para destruir, resulta especialmente inepta para construir nada”.
La radiografía de Bauman diagnostica así el principal reto al que se enfrenta este “movimiento por el cambio”: la temporalidad. “Las manifestaciones, al igual que la emoción, son inestables, con tendencia episódica y propensas a la hibernación”. El movimiento 15-O ha visto cómo la diagnosis del sociólogo polaco ha sido precisa y certera en una semana en la que Libia y el terrorismo de ETA han encabezado la pancarta de la actualidad informativa. “La mejor prueba está en las propias manifestaciones: están de acuerdo en lo que rechazan, pero se recibirían 100 respuestas distintas si se les interroga por lo que desean”. ¿La solución pasa entonces por establecer un liderazgo que aúne las convicciones y las protestas en una única hoja de ruta? Paradójicamente, Bauman responde: “la naturaleza del movimiento no lo aceptaría puesto que su fuerza reside en la horizontalidad, en el sentirse iguales frente a lo externo que les perjudica, lo que les niega la posibilidad de un liderazgo”. La meta realista del movimiento debe ser la de “allanar el terreno para la construcción, más tarde, de otra clase de organización”. La emoción sin una razón que construya hace del ahora un momento inoportuno. “Ni un paso más”.
¿De quién es la culpa?
En términos económicos, si se simplifica mucho el origen de la desigualdad e inseguridad existentes, encontramos parte de su génesis en la conocida “democratización del crédito”. Una moda con la que se pretendió combatir el vacío entre unos mediocres salarios y las aspiraciones de gasto de la población. Un vacío que los Estados cubrieron con políticas de servicios públicos provocando que el déficit y la deuda pública se disparasen, sumados a ese incremento de la deuda privada con la liberalización del crédito. Y es que, tal y como el profético economista Nouriel Roubini sugiere, “cualquier modelo económico – y social – que no aborde debidamente las desigualdades suministrando servicios públicos y oportunidades económicas a todos está abocado a enfrentarse a una crisis de legitimidad”.