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La destrucción del estado del bienestar

La destrucción del estado del bienestar

jueves 16 de octubre de 2014, 13:07h

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Dijo Pau Donés una vez: “Tiempo es una palabra, que empieza y que se acaba, que se bebe y se termina, que corre despacio y que pasa deprisa”; y ahora reirá, allá donde quiera que esté, al comprobar cómo una de sus canciones sirve para demostrar que se nos acaba el tiempo.

La destrucción del estado del bienestar

Tiempo para salir del agujero negro en el que nos hallamos, política y socialmente hablando, y que no hace más que fagocitar lentamente todo aquello que antes conocíamos como ESTADO del BIENESTAR. Dicho estado social consiste en la responsabilidad del Estado para con sus ciudadanos, un contrato recíproco mediante el cual el ciudadano recibe protección a cambio de una serie de contribuciones realizadas durante su vida laboral.

Desde que en 2008 estallara la primera crisis mundial desde “los gloriosos setentas”, estamos observando cómo el estado del bienestar se está destruyendo a marchas forzadas, ¿la causa? Los mercados, claman las voces entendidas en materia macroeconómica. Primero fue el mercado de las hipotecas basura que hizo tambalear los cimientos de la hasta entonces primera economía mundial, Estados Unidos (digo hasta entonces porque dicen las mismas voces antes nombradas que EE.UU continúa siendo el “number one” ya que el Dólar ($) sigue como moneda de referencia mundial).

En aquel peligroso momento para los mercados, se tomaron una serie de decisiones que fueron el detonante, a mi entender, de la actual crisis que tenemos ahora, la denominada de la deuda pública. Entre esas medidas se optó por desproteger a los ciudadanos, inyectando ingentes cantidades de fondos públicos en los bancos de medio mundo para que estos tuvieran liquidez disponible, y así no colapsaran el mercado provocando una reacción en cadena que tumbara al resto de entidades, colegas de profesión, como a fichas de dominó: una detrás de la otra.

Una vez desprotegido el ciudadano en la coyuntura “bienestaresca” de la época, se condenaba también a medio plazo, el TIEMPO así lo ha demostrado, la supervivencia de los estados tal y como los conocíamos hasta entonces, órganos reguladores de la economía. Si lo piensan así la cosa hasta tiene un toque de humor negro: los estados salvan a los bancos; los bancos se aprietan el cinturón, cierran filas y no sueltan moneda alguna; la economía domestica (la que al final hace funcionar la economía de verdad, el consumo) se retrae, y ahora los bancos e inversores especulan con las deudas públicas de los países, utilizando el dinero que les da el Banco Central Europeo al 1% de interés, para comprar bonos estatales que les serán devueltos al módico precio que estipulen las calificaciones de las agencias de rating (la deuda griega ha marcado esta semana un máximo histórico situándose sus bonos a dos años al 44%).

Dicho todo esto, encuentro aún más relevante hablar de tiempo, ¿hasta cuándo vamos a aguantar así? La situación actual es preocupante y, teniendo en cuenta que las previsiones de crecimiento en los países de la zona Euro no son muy halagüeñas, sólo queda esperar a que vuelva a explotar la burbuja financiera, una vez explotada la inmobiliaria. El tema es que ahora los ataques de los especuladores van dirigidos a los estados, y estos en vez de adoptar medidas protectoras de su economía no hacen sino defender la idea de que los mercados son los que marcan el ritmo. Un ritmo atroz en lo que se refiere a destrucción de la economía doméstica, y cuya receta para salir de la crisis de la deuda es el “tijeretazo” al gasto social en materias como sanidad, salud y educación. ¿No les suena a privatización del tan añorado bienestar?
Hubo un tiempo en el que para salir de las crisis se aumentaba el gasto público, se fomentaba el desarrollo de la industria interna, se potenciaban los productos nacionales y aunque suene a autarquía, en la coyuntura internacional actual ese proteccionismo de antaño podría servir para estimular las castigadas economías. El tiempo, otra vez, se acaba y llegará un momento en el que el populacho europeo deje de protestar pacíficamente.

Vemos por la tele y leemos en los periódicos las noticias de la denominada primavera árabe que está a punto de tomarse el tercer gobierno en 8 meses, y nos parece imposible que ocurra lo mismo aquí, en Europa, donde impera la democracia como forma de gobierno. Obviamente todavía no hemos llegado a la situación del Norte de África, donde las revueltas han surgido motivadas por la represión, la desigualdad y la falta de oportunidades que soportan nuestros hermanos árabes. Pero las democracias occidentales cada día se alejan más de ellas mismas; no hay que ir muy lejos para comprobar esta afirmación, en España las fuerzas bipartidistas imperantes plantean hacer una reforma constitucional y no se ha escuchado todavía nada de un tal REFERÉNDUM. Señores quieren modificar la carta magna española sin preguntar al pueblo si desea hacerlo, falta grave y expulsión definitiva dirían algunos directores de escuela.

El problema es que ni si quiera tenemos derecho a expulsar a nuestros farsantes, gobernantes, por qué ni la Constitución, ni la democracia y mucho menos la sociedad española son, de momento, representativas de los intereses populares. Las protestas del 15-M parecen haber elevado un nivel la sensación de que podemos hacer algo, pero el caso omiso de los políticos debería suponer otro paso más del pueblo español para escapar de la opresión que sufrimos por las fuerzas que ejercen el poder.

Llegará un día en el que, si las cosas siguen así, las manifestaciones occidentales dejarán de ser pacíficas. Entonces, los jeques comentarán en sus sobremesas cual debe ser la línea maestra de actuación para recomponer las democracias de aquellos que ahora ven por televisión como el pueblo árabe lucha por su futuro.

Por suerte todavía tenemos tiempo de que esto no pase y que los gobernantes gobiernen para los ciudadanos y no para los mercados, de momento como dice la canción que inicia esta reflexión, los políticos tienen “tiempo para aprender, para pensar, para saber” qué hacer, curioso elemento el tiempo.

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