ECONOMÍA

God save the ‘coins’

Mayte Sastre | Jueves 16 de octubre de 2014

Cuando se habla de Unión Europea y de eurozona no se hace de lo mismo. El mejor ejemplo es el Reino Unido, unido a la UE pero dividido de puertas adentro: las voces que piden restar su estrella dorada de las doce que componen la bandera comunitaria cada vez son más.



Por un lado, la Unión Europea agrupa a los veintisiete países miembro que participan en sus órganos de gobierno. Por otro, la eurozona es el grupo de países cuya moneda es el euro; un número que asciende a diecisiete (por supuesto, con el requisito indispensable de ser todo miembros de la Unión). Cuando se habla de rescates financieros, del Banco Central Europeo y de otras instituciones que copan las portadas; se está haciendo referencia siempre al concepto de eurozona (aunque se hable también de Unión Europea). El Reino Unido, sin embargo, mantiene como divisa su insular libra. Y aunque no por ello es ajeno a la crisis económica global, lo cierto es que la afecta en diferente medida. Y de qué modo.

La crisis del euro está afectando en gran medida la recuperación económica de la corona. Aunque no compartan moneda, la conexión económica no deja de ser obvia como para que los británicos no se resientan de los tumbos que da la eurozona. Sin embargo, la crisis del euro ha ido más allá todavía, minando el discurso de los pro-unionistas y despertando una queja latente en la sociedad británica. la necesidad de un vínculo con la Unión Europea y, especialmente, lo arraigado que debe ser. Un debate que, paradójicamente, encuentra su éxtasis en la propia Cámara de los Comunes: la coalición parlamentaria entre conservadores y liberales aúna los dos discursos enfrentados sobre escisión o permanencia en la Unión, respectivamente.

Un enfrentamiento que se vuelve inoportuno en cuanto lo que urge sigue siendo la recuperación económica de una Gran Bretaña que, además, lo necesita cuando antes. Y aun con ello, el debate parece volverse inevitable y se planta en mitad del camino generando una bifurcación: o, bien, romper con el euro o, por el contrario, estrechar aún más los lazos en materia económica con los países de la eurozona. Una decisión que atenta contra ese siempre vanaglorioso orgullo británico del “nosotros nos bastamos”. ¿Qué hace inevitable esta polarización social? Que una mayor coordinación de las políticas económicas y fiscales supondría, en la práctica, una mayor integración política: el mayor cañonazo posible para los defensores de la HMS British Economy. Así, los euroescépticos (encabezados por el propio jefe del Foreing Office británico, William Hague) apoyan con más ahínco el discurso ministro de exteriores, quien advierte que la UE “tiene demasiado poder” y no duda en disparar su artillería sugiriendo que “hay poderes que han de ser devueltos a Gran Bretaña”.

Mientras desde la coalición liderada por el primer ministro, David Cameron, se aniquila cualquier intención de referéndum; el Reino Unido se prepara para una guerra en la que, de momento, solo ha participado en unas pocas batallas. Pendientes de una burbuja inmobiliaria encubierta, aún por estallar; de hacer frente a un 83% de deuda soberana o luchar contra las tensiones sociales que se vienen generando de un tiempo a esta parte. Mientras la deuda pública la puedan seguir adquiriendo inversores privados de las Islas, las libra se quedan en los bancos de casa. Una fórmula que, con el apoyo del Banco de Inglaterra, da sus frutos y aleja el fantasma del impago. No obstante, el riesgo a la congelación de la financiación de los bancos a particulares ha crecido y pone en peligro el enroque de la Corona. La alternativa pasa, entonces, por tomar medidas de choque que, sin embargo, son ilegales bajo la legislación de la UE, a la que sí pertenecen. El discurso euroescéptico, otra vez inevitable, vuelve a surgir. Indecisos y en plena guerra, quizás no esté de más el momento de volver a esgrimir al cielo otra vez aquel grito del “God save the…”.