Inmersos en una economía de desarrollo que no atiende a principios racionales y que cada vez se ve más afectada por las variables no económicas, la seguridad – en su papel de añadido lógico – está pesando más que la rentabilidad en los mercados.
Entendido el mundo como un sumatorio global, las palabras del presidente de Estados Unidos, Barack Obama (tras la rebaja de los tipos de interés al mínimo de la Fed), cobran especial sentido: “Al final lo que pasa en España llega a Estados Unidos”. El problema se agranda, sin embargo, cuando lo que sale de España evita cruzar el Atlántico y se pasea por todo el globo.
Los parqués, presos de esa aversión, llevan respondiendo durante este mes de agosto a rebotes de unos y otros, dibujando lo más parecido al juego de la silla en el que nadie sabe cuándo parará la música. Por ello, los inversores se muestran excesivamente cautos y dejan las “gangas bursátiles” a unos pocos valientes a quienes, por la espalda, se les refiere como locos. “Ahora los valores fundamentales no están cotizando, lo único que está mirando el mercado es el entorno macroeconómico; el temor a que Estados Unidos vuelva a la recesión y detrás el resto del mundo, incluidos los mercados emergentes”. Nuria Álvares, analista de Renta 4 en declaraciones para elEconomista.es, definía así una realidad que se recoge en una sola palabra: pánico.
En la línea expuesta por el gurú de Wall Street, Warren Buffet, el mejor ejemplo se sigue encontrando en las notas de calificación que las agencias clavan en lo alto de las columnas. Aún sin la valoración más seria y precavida de Fitch (tomado esto como referencia), tanto Moody’s como S&P lo único que valoran es la capacidad de un Estado para hacer frente a su nivel de deuda. ¿Cómo puede ser que en las plazas de todo el planeta se instale un pavor macroeconómico si en ningún momento se habla de las inversiones privadas? Quizás una explicación esté en que muchos de esos acreedores son entidades bancarias que se ven directamente perjudicadas por esas calificaciones.
En un momento de crecimiento incierto y temor a una nueva (y doble) recesión, los inversores huyen de los activos de riesgo más ligados al crecimiento económico y a sus movimientos cíclicos (rotos en el momento que amenaza una doble recesión no contemplada en ninguno de esos ciclos). Por ello, valores como la automoción o pilares de crecimiento de corte industrial no salen del rojo en los parqués, provocando una incertidumbre que ha hecho perder al IBEX 59.000 millones en capitalización en tan solo 9 días.
Sin poder acogerse a los 2.500 millones del BCE como bálsamo continuado, llega el turno de la confianza en esa relación amor-odio que mantienen inversores y mercados. Aunque, como en todo, la comunicación es clave y aun quedan muchos datos que no se conocen. De ahí la crisis, pero también la oportunidad.