NACIONAL

Un hogar insospechado en el corazón de Madrid

Héctor López | Jueves 16 de octubre de 2014

Un edificio abandonado desde hace años en la Plaza de España de Madrid se ha convertido en el hogar de más de 40 personas de multitud de razas y condiciones.



Este edificio situado en el corazón de Madrid no es cualquier inmueble, se trata de una gran infraestructura de once plantas que perteneció en su día a Telefónica pero fue vendido a otra empresa. Según parece, esta empresa pensaba levantar aquí un hotel si Madrid era agraciada con los Juegos Olímpicos, pero al no correr por esa suerte, el resultado dio lugar a este siniestro edificio.

Uno de los inquilinos, de origen rumano, hace de conserje y controla la entrada para que no pase nadie indeseable. Dentro del inmueble abandonado, la temperatura, de repente, baja de golpe diez grados, una sensación escalofriante con la que conviven a diario decenas de personas. El edificio está totalmente desnudo por dentro y no hay luz ni tampoco hay agua.

En la primera planta viven varios españoles y una pareja rumana y son los que controlan el acceso. En la segunda planta viven más españoles. En la tercera, españoles que vivieron en el hotel Madrid del 15-M, y en las plantas de arriba viven inmigrantes de raza negra, subsaharianos, (cuya entrada la hacen por la parte de atrás) y más arriba, 'punkis', como los llaman los vecinos, o lo que es lo mismo, 'okupas' españoles.

A pesar de los prejuicios, lo cierto es que todos los inquilinos se han convertido en un ejemplo de convivencia y organización. Dentro de cada planta, cada uno se ha hecho su dormitorio perfectamente separado del resto y con mesita de noche, percheros y hasta cuadros.

El gran problema que padecen los inquilinos desde hace pocos días es que se quedaron sin luz hace, algo que supone un auténtico peligro sus vidas ya que el suelo está lleno de huecos por los que cualquiera puede caer al vacío.

La Policía, indican vecinos e inquilinos, acude al inmueble cada dos por tres a controlar quiénes hay; llegan, piden la documentación y se van, cuentan. Y el Samur Social también les visita de vez en cuando para comprobar la tranquilidad y la convivencia.


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