Quien pensó que los vampiros habían acabado con la última entrega de Crepúsculo estaba muy equivocado, vuelven de la mano de Vampire Academy.
En esta ocasión no brillan pero sí pueden pasearse bajo la luz del sol, beben sangre humana y acuden a una academia de vampiros. El 25 de julio llega a la gran pantalla la adaptación cinematográfica de Vampire Academy, el libro escrito por Richelle Mead.
Como en las últimas adaptaciones que hemos podido ver de esta temática, existen vampiros buenos – que no matan personas- y malvados – capaces de terminar hasta con el apuntador-. Precisamente esta última clase es la que amenaza a Lissa (Lucy Fry), princesa Moroi vampira. Para protegerla, Rose Hathaway (Zoey Deutch), su mejor amiga y guardaespaldas, se la lleva lejos de la Academia St. Vladimir, pero pronto serán de nuevo arrastradas a la escuela. Allí, las amigas se verán envueltas en un amor prohibido, Lisa con un compañero oscuro y misterioso; Rose con su entrenador. A la vez tendrán que acudir a las clases y enfrentarse contra sus compañeros y una amenaza aún mayor: los Strigoi.
En algunas ocasiones – sobre todo al principio – puede resultar un poco molesta tanta narración, es evidente que es necesaria para todo aquel que no haya leído la novela, pero tanta información junta puede despistar al espectador. Se abusa de la narración en lugar de mostrarlo en imágenes.
Se tratan temas vinculados con la adolescencia: cotilleos, sexo, amistad, traiciones y luchas para ver quién consigue ser más popular. Intentan presentar a una protagonista con carácter pero en algunas ocasiones le vence su lado más “teenager”.
Las referencias a otras sagas de éxito anteriores son evidentes. La protagonista le dedica algunas frases a los vampiros de Crepúsculo, siempre en tono de burla. Vampire Academy es una mezcla de no-muertos y escuela de magia, con un poco de Chicas Malas y Gossip Girl. Una hora y cuarenta y cinco minutos en los que se mezclan romance, acción, humor y magia dedicado a un público adolescente.